Artículo 4: Bienvenido al Piroceno (Welcome to the Pyrocene)

BIENVENIDO AL PIROCENO

Una criatura de fuego rehace a un planeta de fuego.

Por Stephen J. Pyne

Traducción libre por:

Luis Alfredo Vázquez Bárcena

Tomado de:

Welcome to the Pyrocene, Pyne, J. Stephen. Natural History, 9/19, Fire Power, a special issue, septiembre de 2019, Vol. 127, No. 8. Pp.3 – 5.

BPA.png
Un rayo prende fuego a una conífera en Golden, Colorado.


La Tierra es un planeta de fuego, el único que conocemos. Sin embargo, hubo una época en la que no ardía. El fósil de carbón más antiguo data del Período Devónico temprano, hace casi 420 millones de años, no mucho después de que las plantas vasculares colonizaron los continentes. Pero eso fue mucho después de que el propio planeta se formó, hace 4500 millones de años. La tierra arde ahora porque adquirió vida. La vida en los océanos llenó la atmósfera de oxígeno. La vida en tierra generó combustibles. Y entonces, las descargas eléctricas, la ocasional actividad volcánica y los raros impactos extraterrestres encendieron los fuegos.

Las personas criadas en sociedades urbanas e industriales tienden a experimentar el fuego en ambientes interiores a las construcciones – contenidos en antorchas y chimeneas, o en incendios de casas y construcciones. Pero la historia fundamental del fuego es cómo arde en paisajes vivos, separando lo que la fotosíntesis reunió. (Recuérdese que la fotosíntesis genera materia orgánica a partir de bióxido de carbono y agua gracias a la energía solar, mientras que el fenómeno de combustión rompe la materia orgánica en bióxido de carbono y agua, liberando en forma de calor la energía solar almacenada en el proceso fotosintético. N. del T.) Este es un proceso ecológico al que la vida debe adaptarse, mientras que a cambio, la evolución biológica la habilita y le da forma. Los huracanes e inundaciones pueden ocurrir sin la presencia de una sola partícula de vida. Los fuegos no, estos más bien parecen una infestación de langostas que una tormenta de nieve.

Las especies y comunidades vegetales se adaptan al fuego como lo harían a la lluvia o a la luz solar. Algunas han desarrollado una corteza gruesa, u hojas carnosas que les escudan del calor; otras requieren calor para propagarse, como las que poseen conos cuya cera debe fundirse a la flama para liberar sus semillas (como algunos pinos, N. del T.). Tales especies pueden crear condiciones que promuevan el fuego, y pueden sufrir por su ausencia. Decir de una especie que está adaptada al fuego es como decir que está adaptada a la lluvia. Más precisamente, la planta responde a patrones de incendio, o lo que es conocido como régimen de incendios. Un régimen de fuegos es un concepto estadístico como lo es el clima. Tal como un clima dado puede contener muchos tipos de tormenta, que aparecen en toscos ritmos, del mismo modo un régimen de incendios puede contener muchos tipos de fuego en combinaciones particulares.

Los incendios y la lluvia interactúan, por lo que a una cadencia de incendios le subyace un ritmo de humedad y sequía. Tiene que estar lo suficientemente húmedo para que los combustibles crezcan, y luego, lo suficientemente seco para permitir que ardan. Los bosques arden durante las sequías, desiertos después de diluvios. Los lugares con patrones rutinarios de humedad y sequía, tales como los climas monzónicos, regularmente se incendian; los climas de verano seco (climas mediterráneos), tienen ritmos ideales de humedad- sequía, aunque ellos frecuentemente fallan en su combinación con rayos, ya que las tormentas eléctricas son impredecibles.

La Tierra es vasta, y su “pirogeografía” variada y cambiante durante la historia geológica. El resultado es que el fuego puede aparecer de manera irregular en el tiempo y el espacio. Algunos lugares arden anualmente, otros no. Algunos intervalos abundan en llamas, otros parecen poco más que llama piloto esperando momentos más robustos de conflagración. La Tierra en sí entra y sale de edades de fuego y de hielo. El Devónico solo tuvo un atisbo de flamas; el Período Pérmico, iniciado hace unos 300 millones de años, abundó de fuego. Los niveles atmosféricos de oxígeno han sido más altos o bajos que el actual 21 %, fluctuando quizá de 15% en el Devónico hasta 35% en el Pérmico.

El registro geológico es rico en residuos de fuego y en transiciones. Algunos yacimientos de carbón del Período Carbonífero, que precedió al Pérmico, almacenan hasta el 70% del carbón fósil llamado fusain . El límite K – T (por Cretásico – Terciario) de hace 66 millones de años, entre los períodos Cretásico y el Paleógeno, está marcado no solo por el Iridio proveniente del meteorito que acabó con los dinosaurios, sino también por el fusain (tipo de carbón poroso y desmenuzable que se asemeja al carbón de leña que se utiliza para dibujar. N del T.). La aparición de pastos en el Mioceno hace 23 millones de años, animó al fuego a extenderse de maneras que las especies leñosas, afines a la humedad nunca lo hicieron.

BP2.jpeg


Imagen de satélite de Europa y África tomada durante la noche: las luces brillantes provienen de la combustión de combustibles fósiles o de fuentes tales como energía nuclear o hidroeléctrica que dependen indirectamente de combustión industrial. Las luces pálidas del África Subsahariana reflejan, principalmente, la quema de biomasa de superficie. Ambos tipos de fuego generalmente compiten, coexisten en una región, solo durante un periodo de transición tecnológica.

Puesto que la Tierra contiene vida y ha sido así por mucho tiempo, tiene mucho material para quemar. Los paisajes terrestres se queman, la turba medio enterrada arde, el carbón se quema, e incluso petróleo y gases que escapan de lo profundo de las rocas a la superficie se queman. Durante la mayor parte de su historia, la Tierra acumuló más de lo que podía quemar. Se necesitó algo más que reuniera flama y combustible: el agente Fuego.

El género Homo logró completar el ciclo de fuego para el círculo de la vida. La vida había controlado por mucho tiempo el oxígeno y el combustible; ahora adquirió la capacidad de controlar la ignición. Conforme las especies de homínidos se desarrollaron, así lo hizo su capacidad para propagar chispas. En una época, no solo los primeros Homo sapiens pudieron haber jugado con fuego, sino también pudieron hacerlo los Neanderthal y otros miembros de nuestro género. Pero eventualmente nosotros, los sapiens nos convertimos en los monopolistas del fuego.

El fuego nos trajo poder. Tenemos estómagos pequeños y cabezas grandes por que aprendimos a cocinar la comida. Nos convertimos en la cima de la cadena alimentaria porque aprendimos a cocinar paisajes. Ahora nos hemos convertido en fuerzas geológicas porque hemos empezado a cocinar el planeta. Lo que no podemos hacer directamente con fuego, lo hacemos indirectamente. El fuego nos permite cocinar la arena, el lodo, minerales, madera y alquitrán, produciendo los productos y la tecnología para hacer lanzas más duras, herramientas y armas de metal, y máquinas que se manejan con turbinas y lanzan proyectiles. Sin fuego, somos lo que muchos mitos de origen relatan, una especie menor cuya inteligencia no tiene manera de expresarse.

Nuestra alianza con el fuego puede ser nuestro primer trato Fausto (Recuérdese que Fausto, en la novela alemana homónima, hace un trato con Mefistófeles para intercambiar su alma por conocimiento ilimitado y placeres mundanos). Nuestro poder medioambiental es fundamentalmente el poder del fuego. Sin embargo, el fuego, que ha prosperado bien sin nosotros, también ha ganado. Hemos expandido el dominio del fuego, recodificando sus parches y pulsos ecológicos, le hemos llevado a lugares donde nunca hubiese ardido por sí mismo, desenterrado combustibles de lo profundo del tiempo y arrojado sus efluentes al futuro, incluso hemos lanzado fuera del planeta penachos de fuego. Nuestro pacto ha cambiado y reconectado las características de combustión de la Tierra. Juntos hemos transformado lo que pudo haber sido otra época interglaciar en una era de fuego. El Pleistoceno ha cedido el paso al Piroceno.

Eso no ocurrió instantáneamente. El poder del fuego del paisaje deriva de su capacidad para propagarse, y eso reside en la topografía, la vegetación, y las condiciones atmosféricas. La gente puede encender una chispa, pero el ambiente determina cómo y cuándo se extenderá, y con qué efectos. Podemos mejorar las probabilidades manejando el momento y el lugar de la ignición, pero la naturaleza impone límites. Una altamente combustible pradera no arderá si está cubierta de nieve, o si la niebla sustituye al viento, o si los tallos están saturados de humedad por la lluvia reciente. Podemos incendiar sitios que tienen un adecuado ciclo de humedad – sequía, pero carecen de una ignición consistente. No podemos forzar el fuego a sitios que no pueden recibirlo.

Aun así, quedan muchos lugares abiertos a los incendios antropogénicos para fomentar el forrajeo y la cacería, así como proteger contra incendios no deseados. Ya sea en un pastizal australiano de Spinifex, un bosque de pinos siberiano o un bosque americano de roble – nogal, surge un patrón común. La ignición provocada sigue rutas de dispersión, y pausa en los sitios donde la gente lo determina con objeto de obtener diversos bienes – cultivo de venado cola blanca, arándanos o bulbos de Camassia (Agavácea de Norteamérica muy apreciada por sus racimos de flores moradas). Las líneas y campos resultantes de incendio evolucionan a través del tiempo y se repiten a través de las estaciones de cada año; juntas proveen de una matriz dentro de la cual, cualquier fuego, de cualquier origen debe arder. Los paisajes más susceptibles son aquéllos ricos en pastos, que están anualmente disponibles y que pueden responder rápidamente. Para las economías aborígenes la fórmula usual es quemar tempranamente, de manera ligera y con frecuencia. A menos que los recursos marinos sean abundantes, un sitio no incendiable es un sitio no utilizable.

Tales hábitats son en gran medida regalos de la naturaleza. Si la gente quiere más, deben cambiar tales circunstancias. Puesto que poco se puede hacer acerca del terreno –las montañas los barrancos no se nivelan o rellenan fácilmente – o acerca del clima –la gente no puede conjurar inundaciones o vientos– eso solo deja la superficie vegetal para modificar. Cambia la flora, y cambias los combustibles, lo cuál significa que cambias el carácter del incendio. Incluso puedes incendiar sitios que, bajo condiciones naturales, no podrían quemarse. ¿Cómo? Deje secar bosques talados o suelos orgánicos, deje escurrir la turba, irrigue campos, barbeche y siembre, deje ganado suelto a que paste y pisoteé el campo, ya sean vacas, ovejas, cerdos o burros, o dicho de otro modo, tale bosques o maleza, alterando la iluminación local y los vientos que hacen a la vegetación más vulnerable al fuego. El fuego fumiga y fertiliza, liberando químicos y haciéndolos accesibles a los cultivos, purgando a la flora nativa, que ahora se consideran malezas, reconfigurando asimismo el microclima.

Para la historia del fuego, este es el significado de la agricultura, a la que subyace un patrón pírico alterado de sus parches y pulsos ecológicos. En algunos sistemas, la granja empata sus ciclos con el paisaje; en otros, donde la siembra rotacional es la norma, el paisaje empata sus ciclos con una parcela determinada. A pesar de todo, el cultivo y la ganadería han reescrito el carácter de los paisajes, reconfiguró los regímenes de incendio, y colocó fuego mucho más allá de sus dominios naturales. Los incendios agrícolas cuentan como el impacto más grande de incendios antropogénicos.

Fuera de las planicies inundables (donde el agua ejerce el papel del fuego), la agricultura es un ejercicio de incendios ecológicos. El fuego hace lo que muchas ceremonias de fuego declaran: promueve el bien y elimina el mal. Esta perspectiva también puede explicar la larga y desconcertante práctica de barbecho. Desde tiempos antiguos los agrónomos han detestado el barbecho. Esta práctica saca de producción tierras vitales, peor aún, es quemada para preparar el campo para cultivos nuevos. En lugar de ello, deberíamos pensar en términos de incendios ecológicos. El barbecho no fue quemado para eliminarlo, se cultivó para ser quemado. El fuego no fue pensado a posteriori: fue el propósito de la rotación.

Sin embargo, este conjunto de prácticas de fuego también tiene límites. Es posible hacer este truco obteniendo solo un poco de beneficios antes de que el suelo se degrade. El uso de los poderes naturales del fuego mantuvo el fuego dentro de amplios límites ecológicos. Los incendios estacionales podrían expandirse, pero no ser ignorados; el reciclamiento de biomasa (o sus partes constitutivas), no podría hacer más biomasa indefinidamente. En lugar de renovar, actuando como una máquina biológica de movimiento perpetuo, los incendios agrícolas y de pastoreo, simplemente decaerían. Si queremos más fuego, necesitamos más combustible.

Durante la mayor parte de la historia humana, la búsqueda del fuego ha significado la búsqueda de más material para quemar. Esa dinámica cambió cuando la gente encontró la manera de quemar biomasa fósil, al principio turba y carbón, después petróleo y gas. Evadimos los límites de los paisajes vivientes quemando paisajes líticos.

La antigua búsqueda de fuentes combustibles ha dado paso a una nueva por los sumideros de carbono. Ahora, virtualmente hay una infinidad de escondrijos de combustibles. El problema es qué hacer con todos los efluentes. Los fuegos nuevos –considérese como tales a las combustiones industriales– arden en máquinas, no en paisajes. Pueden arder día y noche, invierno y verano, durante la época seca y la húmeda del año. Las viejas fronteras bióticas se han disuelto. El paisaje lítico del planeta ya no subyace al paisaje viviente: se sobrepone. Estamos tomando material del pasado geológico y lo estamos lanzando al futuro geológico. Incluso las cadencias y bamboleos de los ciclos orbitales de la Tierra que dan forma a los ritmos de las épocas glaciales no pueden, parece ser, contener a los fuegos sin trabas de la humanidad. La historia del clima se ha convertido en un subconjunto de la historia del fuego. El fuego no únicamente está llenando el vacío de una era interglaciar, sino se está afirmando con el poder distintivo de la era del fuego. El llamado Antropoceno, la era de los humanos, podría llamarse acertadamente Piroceno.

Su expresión más publicitada es calentamiento global, seguida por acidificación de los océanos –ambos provocados por el incremento de bióxido de carbono en la atmósfera. Pero la nueva combustión sustrae a la vez que agrega; no juega bien con las otras formas de incendio. Elimina los incendios de los paisajes, al igual que elimina las llamas de las casas y fábricas, llevando a dos paradojas: que, a pesar de todo nuestro nuevo poder pírico, muchos paisajes sufren de un déficit de incendios, y de que la mayoría de nuestros intentos de suprimir los incendios en los paisajes vivientes, solo provocan incendios peores. Tenemos tanto fuego malo, tan poco fuego bueno, y demasiada combustión en general.

Tenemos dos grandes narrativas para el fuego. La derivada de la leyenda de Prometeo, que habla del fuego como poder, como algo extraído de su entorno natural, quizá por la fuerza, y luego dirigido a voluntad de las manos y la mente humanas. La segunda, la primitiva habla del fuego como un compañero en nuestra jornada, de los humanos como especie clave y administradores para reconciliar el fuego y la tierra. Nuestro futuro y el de la Tierra depende de cuál de estas narrativas decidamos seguir.

BP4.jpeg

Adaptada con permiso de la editorial, The University of Washington Press, tomado de Fire: A Brief History, Second Edition, c) 2001, 2019 por Stephen J. Pyne.

Tomado de: Pyne, J. Stephen. 2019. Welcome to the Pyrocene. Natural History, Fire Power, a special issue, septiembre de 2019, Vol. 127, No. 8. Pp.3 – 5.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE.

Bienvenido al Piroceno: Una criatura de fuego rehace a un planeta de fuego.

 Elabora un resumen de 1.5 cuartilla

 Elabora una presentación en Power Point de 7 transparencias

 En equipo (3-4 participantes), exponer los aspectos más importantes del artículo.

 Resuelve el siguiente cuestionario:

1. La cera de las coníferas es un agente que puede promover incendios por la facilidad con que arde; menciona por lo menos otro agente que algunas plantas puedan producir para promover fuego.

2. Investiga y menciona, a grandes rasgos, cómo es un clima monzónico y uno mediterráneo.

3. Inserta una tabla de las Eras geológicas y ubica en ella tres eventos señalados en el texto.

4. Investiga qué es la turba y en qué regiones geográficas abunda.

5. Enlista 10 actividades humanas que requieran algún tipo de ignición.

6. Menciona si en tu comunidad o en algún lugar que conozcas, se realizan incendios controlados y con qué fin.

7. Investiga y explica sucintamente en qué consiste el “Roza, tumba y quema” y qué etnias aún lo aplican.

8. ¿Cuáles son los efluentes de la combustión?